6 dic 2012

Vuelta al Oasis


Siempre me he aferrado a esta zona y he sido el primero en confirmarlo así. Lo que no entiendo muy bien por qué, después de tanto tiempo en la costa, me siento feliz de estar de vuelta. La gente siempre lo ha llamado el oasis de Likaté. El murmullo general es que su gente es tozuda, caprichosa y hasta respondona. También de forma generaliza se asume que tenemos complejo de inferioridad por vivir al lado de la gran ciudad, esa ciudad que nunca duerme y que a la vez llena el entorno de malsanos humos fabriles. No importa. Nuestra zona es tranquila, pura, con bonitos paisajes, sin robos o violencias. Tenemos algo que la gran ciudad nunca tendrá: El oasis de Likaté. Quien ha estado aquí el tiempo suficiente ha conocido el brillo claro de la luna en nuestros despejados cielos nocturnos o el cálido clima de nuestro sol de primavera. También ha podido saborear el romanticismo latente escondido detrás de cada uno de nuestros parajes. La gente puede hacer todos los murmullos que quiera pero probablemente esto se deba a que nunca han sido testigos del luminoso amanecer o de como el anaranjado atardecer es capaz de inundar de paz y tranquilidad hasta el último milímetro de su piel.
Así es como lo volví a sentir cuando el autobús tomó la última curva y me dejo ver en el horizonte el oasis de Likaté. Llegué por fin delante del complejo urbanístico de mi nuevo domicilio. El alquiler lo había hecho por teléfono. No sé que necesidad urgente me encadenaba a todo lo que me era familiar, crines, monturas, herraduras. Volvía a ese tipo de cosas enormemente sencillas. Caras, pero muy campechanas.



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