No me había encontrado antes con ella porque esa misma
mañana había regresado de sus vacaciones. Aunque yo hubiera preferido que ese
encuentro tardase más tiempo en suceder, algo ilógico trabajando los dos en un
sitio tan pequeño, pues aún no tenía confeccionado el discurso que tenía que
decirle para hacerla saber sin lugar a ningún equivoco que había sido ella la
mujer que más daño me había hecho y tras ella había tenido que hibernar mi
corazón. Desde media hora después de irse ese discurso lo había ensayado muchas
veces a lo largo de todos los años y pese a ello siempre me quedaba algo por
decir.
Salió a galope dejándome solo y tuve que morder la acción
del estribo para no salir tras ella y rogar para que volviese.
-
María – Sonreí, levantándome de la silla y
apartando la silla contigua como todo un perfecto caballero invitándola a
sentarse. - siéntate, por favor .-Quería dar la impresión de ser alguien que ya
había superado todo rastro de dolor.
Llevaba puesta una bata blanca y debajo unos pantalones
ajustados y sus botas de montar. Se marcaba una bonita figura. Me hubiera
gustado que aquellas líneas que rodeaban sus ojos fueran señal de algún
malestar, pero su ánimo parecía estar tan alto como cuando la conocí.
-
Te veo fenomenal, Marqués.
Siempre me llamó así, y fue ella la que generalizo ese apodo
por toda la hípica, decía que por el porte elegante y atractivo que lucía en
cualquier oportunidad. Ahora mentía. Yo tenía demasiados kilos de más. El
tiempo que había pasado no me había tratado muy bien. Las canas de mi pelo y
las de mi descuidada barba me habían avejentado.
-
Tú si que estás bien, - Yo no mentía, aunque me
hubiera gustado verla peor, ella estaba como más radiante, más estilizada, más
asentada. La veía mejor que nunca. Tampoco quería que todo eso me impidiera
ponerla en su lugar tras su estampida del pasado.
Yo no escuchaba ninguno de los comentarios que me quería
contar de lo que había sido la hípica en aquellos años sin mí. Mi mente se
había ido a los tiempos en los que María me había querido. Ella llegó a la
hípica después de terminar su carrera de veterinaria, como ayudante en
prácticas del veterinario titular, persona que paraba poco en la hípica. Cuando
llegó se mostró de lo más humilde, con ganas de aprender de todo lo que la
enseñábamos y muy agradecida. Pasábamos mucho tiempo juntos, pues al no estar
en la hípica el veterinario casi siempre me tocaba a mí solucionar los
problemas que surgían con los caballos. Era inteligente y aprendía deprisa. No
fue extraño que entre nosotros surgiese aquella chispa que nos acercó de
aquella manera. La unión entre María y yo era cada vez más intensa y nos lo
fuimos confirmando en cada uno de los momentos que pasamos juntos durante
aquellos meses que estuvimos trabajando cerca.
Nos enamoramos en la paridera. Aquella yegua necesitaba
atención urgente. Ella fue hábil metiendo y manejando sus manos para solucionar
la descolocación de aquel potrillo que no había encontrado el sitio por el que
salir. Trabajamos duro durante aquellos momentos que parecieron eternos pero
tuvimos la recompensa de la vida. Sentados en el suelo sudorosos y rendidos
apoyados en la pared llegó el primero de nuestros besos, al que siguieron
algunos más. A la admiración siguió el amor y después el deseo. Fue el
principio de una relación muy bonita que duró siete meses, hasta que aquella
tarde de paseo a caballo salió el tema del matrimonio. Ella tenía muchas
cualidades pero no la del compromiso. Era una charla más, allí parados, debajo
de aquel árbol, ella salió huyendo a galope tendido y no la volví a ver. Su
gesto me turbó en exceso. Al día siguiente decidí aceptar la oferta de
preparador de caballos del circo Continental. Viajes y paradas cortas aquí y
allá. Lo ideal para no pensar.
Empecé a oír de nuevo su voz cuando miré sus ojos castaños
que siempre me cautivaron. Se apartó el pelo que le caía sobre sus ojos y fue
en ese momento cuando vi el anillo de su mano izquierda. Quise disimular, pero
no lo aguanté.
-
¿Ese anillo es un adorno o algo más? –
Interrogué como si fuera el fiscal.
- Marqués, me casé hace tres años ya.
- ¿Quieres decirme que era conmigo con quién no te
querías comprometer? Dijiste que el matrimonio te asustaba y saliste pitando!!
-
Contente Marqués.- dijo a la defensiva y
tratando de tranquilizarme al mismo tiempo.
-
Me das ganas de vomitar.- en ese momento estallé
en la ira acumulada durante tantos años.
-
Mira Marqués. – dijo en un tono suave y
tranquilo que jamás había visto en ella.- ahora soy feliz ¿No te alegras por
mí?
-
¡No, María, no puedo!
-
Sigues tan tozudo como siempre fuiste. Marqués,
fuiste tú quien me hizo cambiar de opinión. Dices que fui yo quien escapó pero
no fui yo quien desapareció durante trece años. Las cosas, incluido el amor, se
acaban cuando hay ausencia.
Tomó impulso y se levantó girando sobre sí, dejándome allí
plantado con los ojos perdidos en mi propia imbecilidad. Permanecí allí sentado
durante un rato, ahogándome en mi propia necedad. De repente me invadió la
rabia. Odiaba mi nefasta vida.
La carne con patatas estaba fría y no la necesitaba
ya. Me quedaban unas horas de trabajo esa tarde pero en ese momento lo que
necesitaba con urgencia eran unas copas.
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