No había notado el
clima acondicionado del bar hasta que no abrí la puerta y el calor bochornoso
de la noche me dio un golpe en todo mi cuerpo. Cuando fui a sentarme en el
coche para regresar a casa pensé en lo larga que se me haría sin poder dormir.
El calor, el efecto del alcohol y las vueltas y vueltas de los pensamientos en
mi cabeza no me dejarían conciliar el sueño. Ya conocía mis costumbres cuando
tenía uno de mis momentos tendentes al abatimiento. Dejé la cazadora en el
coche y me dirigí a dar un paseo por la orilla del lago.
Esa noche calurosa había sacado a las gentes de sus casas
buscando la suave brisa que llegaba desde el centro del lago. Se notaba que
muchos de ellos habían venido de la gran ciudad. Sus ropas señalaban que no
habían demorado su regreso a casa después de una dura jornada de trabajo. Sus
ropas eran cómodas. Casi todos iban vestidos cortados por el mismo patrón.
Chanclas, bermudas y camiseta de tirantes. Todos parecían alumnos de alguna, y
poco distinguida, universidad de verano. Tanto veraneante de ciudad me estaba
produciendo cierto agobio. Preferí más soledad, por eso mis pasos fueron
acercándome más a la cercanía del agua donde lo único que llegaba eran las
voces lejanas. Voces que parecían acunar mis pensamientos hasta convertirlos en
razonamientos serenos.
¿Por qué me encontraba tan insatisfecho? ¿Por qué mi vida
había transcurrido de aquella manera? ¿Qué pecado había cometido para tener
tanto castigo? ¿Qué estaba limitando mi vida? Me creía inteligente y conocía a
muchos tontos que tenían una vida mucho más completa que la mía. ¿Por qué me
sentía tan vacío?
El reflejo de la luna en el agua acompañaba mi caminar.
Ensimismado en esos pensamientos parecía perdido en mi propia soledad. El
aturdimiento, provocado por el alcohol, había disminuido. El auto aislamiento
que había elegido me había sentado bien. Había sido un paseo reflexivo con mi
mirada fijada sobre mis propios pies. No podía calcular cuánto había andado
pero al levantar la cabeza me di cuenta que faltaban apenas unos metros para
llegar al embarcadero.
Paré en seco y me puse en estado de alerta al descubrir una
silueta humana sentada en una de las barcas. La noche estaba clara y la luz de
la luna me permitió observar que era una silueta de mujer. La distancia todavía
no me permitía advertir muchos más detalles pero sí, el saber que era mujer,
sirvió para que la alerta inicial disminuyese. Su figura en las sombras
resultaba agradable y se podía adivinar un cuerpo bien formado en ella. En
otras circunstancias mi condición de hombre hubiera prevalecido pensando en el
morbo de una nocturna y rápida aventura. El lugar también predisponía a ello.
Me recordé que no quería ningún tipo de relación, por muy corta que fuera, con
ninguna mujer. Me reprendí a mí mismo por el hecho de haberse pasado ese
pensamiento por mi cabeza.
-
No se asuste señor Marqués. – Esas palabras con
acento extranjero pero con tono suave y amable llegaban desde la posición de
aquella mujer. Y ahora había cambiado mi
estado de alerta por el de sorpresa. Ni su voz ni su silueta las podía
reconocer. ¿Cómo era posible que aquella desconocida pudiera conocer mi apodo?
De nuevo su voz rompió el silencio de la noche distrayéndome
de mi pensamiento.
-
Acérquese sin miedo. No voy a morderle ni a
hacerle ningún mal. – Pude adivinar el
blanco de sus dientes detrás de la sonrisa afable y afectuosa que me dirigió.
-
¿Quién es usted? - Quise saber. Aunque su
sonrisa me hizo más receptivo mi voz en ese momento no mostraba ningún signo de
amabilidad.
-
No tengas miedo. – Volvió a repetir. Ahora se
atrevía también a tutearme.
-
No me asusta. – Quise seguir guardando las
distancias. No ababa de entender tanta cercanía por su parte.
No dijo nada. Únicamente extendió su brazo e hizo un gesto
pidiéndome otra vez que me acercara. Me estaba pareciendo que esta mujer o era
una atrevida o tenía mucho que aprender de los hombres solitarios.
-
Por favor. – Insistió, con ese tono de voz que
seguía siendo cariñoso y con gesto en su rostro mezcla de dulzura y amabilidad.
Me quedó clara una cosa. Esta mujer tenía ya mucha experiencia como para que tuviera que aprender nada sobre los hombres, solitarios o no.
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