6 dic 2012

Recuerdos

Casi era estimulante volver a pisar los conocidos suelos de las cuadras del Centro Hípico. En contra de las negativas críticas de los amigos de la costa advirtiéndome de todo lo que me costaría conseguir un puesto como preparador de caballos conseguí fácil un empleo gracias, aunque cueste creerlo, a la reducción de plantilla llevada a cabo en la hípica. Les era necesaria una persona multifuncional y yo les parecía serlo. Estaba obligado a aceptar condiciones, aunque pudieran ser abusivas, si quería trabajar. Ahora imperaba el regreso. Volvían a contratarme para mi antiguo puesto aunque con una jornada más intensa. No le tenía miedo a mi desgaste profesional y suponía que lo podía suplir con el dominio que tenía de mis quehaceres. Era un poco como la vida misma que nos hace estar hastiados de la lucha y que, sin explicación, nos encontramos arrastrados diariamente a la batalla.
Durante mis trece años de vida laboral he buscado un puesto que no disipara mis sentimientos. No logré encontrarlo nunca, paradoja de mi vida, volvía a encontrarme en el inicio. Me consolaba pensar que éste no era mi final, que únicamente volvía a ser el principio. Ese consuelo no bastaba para dejar de ser consciente que estaba de nuevo donde todo había empezado y en la memoria cantidad de recuerdos, casi todos de mal sabor, se adueñaban de mi mente como ocupas demoledores.
Aquellas cuadras mustias y aquellos pajares eran los mismos que había recorrido años atrás. En sus paredes me había apoyado con los huesos doloridos y los pies hinchados por falta de descanso.
No todo fue malo. También hubo un par de veces en las que cupido me alcanzó con sus flechas. Besos furtivos tras sacos de pienso. Arrebatos de pasión sobre paquetes de paja. Ojos que miraban de soslayo bajo las alas de los sombreros para decir las cosas que con los labios no se podían decir. Amor, entre animales y sudor, que nacía de las fuentes del trabajo bien hecho, como fibras de hierbas nacientes deseosas de vida. Yo era joven y romántico en aquel entonces. En mi cabeza rondaban sueños de amor eterno. Sueños que murieron de forma dolorosa y muy lenta. Demasiado lenta quizá.
Yo, otra vez de vuelta para otro abordaje, sin saber si estaba preparado para ello. Consolado, al menos, al pensarme con más años y, esperaba, más experiencia. No quería que me aplastaran de nuevo el corazón, al igual que lo hizo María tiempo atrás. Años ya con el corazón quieto y congelados los sentimientos que nacían de él. No quería más valentías para mi ajado corazón. Al menos ahora ya no dolía. Hibernación cardiaca lo llamaba yo.

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