La única desconfianza que me surgía en ese momento era el no
saber de dónde podía haber conocido mi apodo.
Jugaba con ventaja. Por lo demás todo en ella, aunque
todavía desconocida para mí, transmitía tranquilidad y serenidad. Acepté la invitación
de pasar a la barca. Me cedió la proa quedando ella de espaldas al agua. Yo
podía ver la luna reflejada en el lago.
Reconocí que era la misma mujer que me había hecho el gesto
de complicidad en el bar. Estrechamos las manos aunque retiré la mía de forma
rápida y tímida. Percibió mi timidez pero no dijo nada.
-
Me llaman Lú. – se presentó de esa forma tan
particular como hasta el momento lo estaba haciendo todo. – Mi padre, allí en
Inglaterra, me registró como Lucy Mary Pheels. – Intuía que nada en esta mujer
era normal.
-
Como ya sabes. – quise mantener las distancias
al tiempo que usaba cierta dosis de sarcasmo. – a mi me llaman Marqués. – y
guardé silencio.
-
Ya sé, sí. – dibujando de nuevo su afable
sonrisa en sus labios.
Otra duda se me estaba aclarando. Esta mujer no estaba
buscando una rápida aventura sexual para esa noche. Estaba llena de confianza
en sí misma y no parecía que necesitaba charlotear mucho para conseguir las
cosas que quería. Todo lo que emanaba de ella, palabras, gestos, posturas, parecía
estar lleno de verdad. Salvo el detalle del apodo nada más me hacía desconfiar.
-
¿Y qué espera alguien como tú sentada en una de
las barcas del lago en una noche como ésta?
Pregunté eso al igual que podía haber preguntado cualquier
cosa. Pretendía desviar la atención de mí.
-
Me gusta la tranquilidad de la noche. Las aguas
tranquilas del lago me ayudan a contemplar el día desde una posición serena. Me
alejan de las tensiones y me ayudan a recapitular.
Me parecía muy bien su forma de pensar sobre sus cosas. Eso
a mí no me iba a resolver la incógnita de cómo una desconocida sabía el apodo
que María me había puesto años atrás. Decidí planteárselo directamente.
-
Muy bien Lú. – quise mostrarme confiado y tan
seguro como ella. - ¿Cómo y de qué conoces mi apodo?
Esta vez su sonrisa no apareció y en su lugar lo hizo una
sonora carcajada al tiempo que se echaba hacia atrás apoyando sus brazos con
ímpetu en la trasera de la barca, lo hizo de tal forma que la barca se meció en
el agua. Toda mi seguridad empequeñeció de repente. Incluso sentí como encogía
en mí mismo. Esperaba en ella una reacción más tranquila. Me sentí realmente
enfadado y con una tremenda sensación de ridículo. Cuando noté que ella
recomponía la postura estallé.
-
Mira Lú. – dije en tono serio y ofuscado. – La
verdad es que me da lo mismo cómo has conocido mi apodo ni de dónde has salido.
Sólo quería iniciar una charla, eso es todo. No creo que mi pregunta fuese
motivo para reírte de mí.
Me levanté y salí de la barca e inicié, con un cabreo
teatral, el regreso a la claridad del paseo. No había dado tres pasos cuando su
voz volvió a sonar tranquila, serena y segura. Sus palabras, esta vez, me
llegaron más dentro, no sólo a mis oídos.
-
Tu reacción es infantil. Como la de un niño
asustado que tiene que envalentonarse para querer demostrar lo duro que no es,
¿No es así Marqués? ¿Todavía sigues pensando que has venido a este mundo para
que se rían de ti?
Ahora sí que mi sorpresa y confusión se habían desmadrado.
Quedé en silencio queriendo pensar que en alguna parte de ella, aunque yo no lo
notase, había enfado y que sus palabras las hubiese utilizado con ironía o
incluso con hostilidad.
Pero sólo sentí que en ellas había verdad. Por segunda vez
en el día sentía mi propia necedad. Por segunda vez en el día alguien me
hablaba de mis huidas. ¿Cómo había coincidido esta mujer en la misma
apreciación? Me quedé quieto, pensativo, de espaldas.
-
No huyas ni te escondas. – empezó a hablarme de
nuevo con tono cariñoso. – sal de las sombras en las que has estado durante tanto
tiempo.
Seguía de espaldas y conteniendo la rabia que estaba
creciendo en mi interior. ¿Cómo era posible que esa mujer conociese eso de mí
que sólo yo conocía: que he estado siempre con miedo, temeroso de que me
vieran? Ahora sentí ganas de llorar. ¿Qué le importaba a ella todo eso sí todo
eso era sólo mío? Quería salir corriendo aunque eso únicamente confirmaría su
apreciación. Confirmaría la verdad. Algo en mi interior hizo que diese la
vuelta y me dirigiese de nuevo hacia ella.
-
Eso está mejor. – Afirmó de nuevo dejando
aparecer su sonrisa.
-
No entiendo nada. – esas palabras salieron de mí
sin pensarlas y con mis ojos llenos de lágrimas. - ¿Quién eres y cómo sabes
tanto de mí?
-
Llegarás a entenderlo. No te preocupes.
Responderé a todas tus dudas aunque ahora no estés preparado para entenderlo. –
se levantó y también salió de la barca. – Es hora de un café. Te invito.
Pasó su brazo por mi espalda dándome un amistoso abrazo, guiándome
hasta el paseo.
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