19 dic 2012

Capuccinos


Entramos en el mismo bar en el que habíamos estado un par de horas antes. El camarero ya conocía de las costumbre de Lú pues nada más la vio aparecer en el umbral de la entrada se dispuso a preparar lo que ella iba a tomar. Un capuccino cremoso. Pedí otro igual y nos fuimos a sentar.

-          Ya conozco algunas de las cosas que prefieres. – Me dijo mientras me dirigió a una mesa tranquila al fondo del local.

-          Sí, juegas con ventaja.- contesté queriendo dejar claro que eso no me resultaba nada cómodo. No me gustaba la situación.

-          No es mi intención estar en ventaja. – volvió a engatusarme con su sonrisa. – mira, la cuestión es que quiero ayudarte.

Aquello no hacía que me sintiera mejor. No podía entender como una desconocida, que sabía cosas sobre mí, quería ayudarme ¿Qué interés tenía en mí?

-          No tengo ningún interés personal en ti. – contestó como si me hubiese leído el pensamiento.

Pese a estar muy confundido lo sorprendente era que estaba muy tranquilo. Me seguía transmitiendo bondad. Muy en el fondo sentía dentro de mí que esta mujer no estaba aquí para hacerme ningún daño.

Mientras el camarero nos servía nuestros cremosos capuccinos, con unos corazones dibujados en su crema, ella continuó en voz baja y tranquilizadora.

-          Necesitas confiar en mí, Marqués. – el camarero me miró de reojo con un gesto medio cómplice y medio burlesco.- sé que la confianza es una flor delicada que no surge en ti con las personas con la misma facilidad como te surge con los caballos.

La referencia que hizo a los caballos me llamó la atención. Ella lo notó.

-          Somos compañeros de trabajo. No hay más misterio.

Se rio entre dientes y me empezó a contar. También se había incorporado de vacaciones. Había llegado a la hípica hacía ya cinco años. Desde niña había crecido entre caballos lo que hizo que estudiase etología equina. El comportamiento del caballo le entusiasmaba y seguía sorprendiéndose diariamente con él. También había estudiado psicología. Había unido ambas cosas para hacer de ellas su forma de ganarse la vida.

-          ¿Qué mejor que te paguen por hacer lo que te divierte? – me preguntó dibujando de nuevo su sonrisa.

La hípica la contrató como colaboradora para unos cursos de coaching con caballos. Ella tenía los conocimientos adecuados para hacerse cargo de la dirección de los mismos. Ya lo hacía en diferentes hípicas del país. También le gustaba viajar.

-          Bien Marqués. – continuó diciéndome como dando por terminada su historia en la hípica, la que pensaba que yo tenía que conocer. – trabajando en la hípica he oído hablar sobre ti. La verdad, sólo de esas cosas que me contaron llegué a tenerte afecto. Cuando se empezó a hablar de tu regreso me alegré con la idea de poder llegar a conocerte. Hoy te he observado y sé que no lo has pasado muy bien.

-          Me resulta extraño. – dije sincero. – que yo no me haya fijado en ti.

-          Bueno. – me contestó con ese tono dulce en su voz al que ya me iba acostumbrando. - estabas en tus cosas. Por la mañana con tus caballos y por la tarde.- esbozó otra de sus sonrisas.- sólo tú lo sabes.

Sí, yo lo sabía pero no tenía la más mínima intención de hablar sobre ello.

Ya habíamos terminado nuestros capuccinos. Pagamos y salimos del bar.

-          Marqués, mañana nos vemos. – tomó mi mano y continuó.- gracias por empezar a confiar.

Quedé pensativo mientras la veía cruzar la calle y desparecer tras la primera esquina. Me dejó una sensación placentera que parecía recorrer todo mi cuerpo. Mis pensamientos me decían que esa sensación la tenía que frenar. No era buena para mi corazón.
 
 
 

15 dic 2012

Luz de Luna


La única desconfianza que me surgía en ese momento era el no saber de dónde podía haber conocido mi apodo.
Jugaba con ventaja. Por lo demás todo en ella, aunque todavía desconocida para mí, transmitía tranquilidad y serenidad. Acepté la invitación de pasar a la barca. Me cedió la proa quedando ella de espaldas al agua. Yo podía ver la luna reflejada en el lago.
Reconocí que era la misma mujer que me había hecho el gesto de complicidad en el bar. Estrechamos las manos aunque retiré la mía de forma rápida y tímida. Percibió mi timidez pero no dijo nada.
-          Me llaman Lú. – se presentó de esa forma tan particular como hasta el momento lo estaba haciendo todo. – Mi padre, allí en Inglaterra, me registró como Lucy Mary Pheels. – Intuía que nada en esta mujer era normal.
-          Como ya sabes. – quise mantener las distancias al tiempo que usaba cierta dosis de sarcasmo. – a mi me llaman Marqués. – y guardé silencio.
-          Ya sé, sí. – dibujando de nuevo su afable sonrisa en sus labios.
Otra duda se me estaba aclarando. Esta mujer no estaba buscando una rápida aventura sexual para esa noche. Estaba llena de confianza en sí misma y no parecía que necesitaba charlotear mucho para conseguir las cosas que quería. Todo lo que emanaba de ella, palabras, gestos, posturas, parecía estar lleno de verdad. Salvo el detalle del apodo nada más me hacía desconfiar.
-          ¿Y qué espera alguien como tú sentada en una de las barcas del lago en una noche como ésta?
Pregunté eso al igual que podía haber preguntado cualquier cosa. Pretendía desviar la atención de mí.
-          Me gusta la tranquilidad de la noche. Las aguas tranquilas del lago me ayudan a contemplar el día desde una posición serena. Me alejan de las tensiones y me ayudan a recapitular.
Me parecía muy bien su forma de pensar sobre sus cosas. Eso a mí no me iba a resolver la incógnita de cómo una desconocida sabía el apodo que María me había puesto años atrás. Decidí planteárselo directamente.
-          Muy bien Lú. – quise mostrarme confiado y tan seguro como ella. - ¿Cómo y de qué conoces mi apodo?
Esta vez su sonrisa no apareció y en su lugar lo hizo una sonora carcajada al tiempo que se echaba hacia atrás apoyando sus brazos con ímpetu en la trasera de la barca, lo hizo de tal forma que la barca se meció en el agua. Toda mi seguridad empequeñeció de repente. Incluso sentí como encogía en mí mismo. Esperaba en ella una reacción más tranquila. Me sentí realmente enfadado y con una tremenda sensación de ridículo. Cuando noté que ella recomponía la postura estallé.
-          Mira Lú. – dije en tono serio y ofuscado. – La verdad es que me da lo mismo cómo has conocido mi apodo ni de dónde has salido. Sólo quería iniciar una charla, eso es todo. No creo que mi pregunta fuese motivo para reírte de mí.
Me levanté y salí de la barca e inicié, con un cabreo teatral, el regreso a la claridad del paseo. No había dado tres pasos cuando su voz volvió a sonar tranquila, serena y segura. Sus palabras, esta vez, me llegaron más dentro, no sólo a mis oídos.
-          Tu reacción es infantil. Como la de un niño asustado que tiene que envalentonarse para querer demostrar lo duro que no es, ¿No es así Marqués? ¿Todavía sigues pensando que has venido a este mundo para que se rían de ti?
Ahora sí que mi sorpresa y confusión se habían desmadrado. Quedé en silencio queriendo pensar que en alguna parte de ella, aunque yo no lo notase, había enfado y que sus palabras las hubiese utilizado con ironía o incluso con hostilidad.
Pero sólo sentí que en ellas había verdad. Por segunda vez en el día sentía mi propia necedad. Por segunda vez en el día alguien me hablaba de mis huidas. ¿Cómo había coincidido esta mujer en la misma apreciación? Me quedé quieto, pensativo, de espaldas.
-          No huyas ni te escondas. – empezó a hablarme de nuevo con tono cariñoso. – sal de las sombras en las que has estado durante tanto tiempo.
Seguía de espaldas y conteniendo la rabia que estaba creciendo en mi interior. ¿Cómo era posible que esa mujer conociese eso de mí que sólo yo conocía: que he estado siempre con miedo, temeroso de que me vieran? Ahora sentí ganas de llorar. ¿Qué le importaba a ella todo eso sí todo eso era sólo mío? Quería salir corriendo aunque eso únicamente confirmaría su apreciación. Confirmaría la verdad. Algo en mi interior hizo que diese la vuelta y me dirigiese de nuevo hacia ella.
-          Eso está mejor. – Afirmó de nuevo dejando aparecer su sonrisa.
-          No entiendo nada. – esas palabras salieron de mí sin pensarlas y con mis ojos llenos de lágrimas. - ¿Quién eres y cómo sabes tanto de mí?
-          Llegarás a entenderlo. No te preocupes. Responderé a todas tus dudas aunque ahora no estés preparado para entenderlo. – se levantó y también salió de la barca. – Es hora de un café. Te invito.
Pasó su brazo por mi espalda dándome un amistoso abrazo, guiándome hasta el paseo.

12 dic 2012

Aparición


No había  notado el clima acondicionado del bar hasta que no abrí la puerta y el calor bochornoso de la noche me dio un golpe en todo mi cuerpo. Cuando fui a sentarme en el coche para regresar a casa pensé en lo larga que se me haría sin poder dormir. El calor, el efecto del alcohol y las vueltas y vueltas de los pensamientos en mi cabeza no me dejarían conciliar el sueño. Ya conocía mis costumbres cuando tenía uno de mis momentos tendentes al abatimiento. Dejé la cazadora en el coche y me dirigí a dar un paseo por la orilla del lago.
Esa noche calurosa había sacado a las gentes de sus casas buscando la suave brisa que llegaba desde el centro del lago. Se notaba que muchos de ellos habían venido de la gran ciudad. Sus ropas señalaban que no habían demorado su regreso a casa después de una dura jornada de trabajo. Sus ropas eran cómodas. Casi todos iban vestidos cortados por el mismo patrón. Chanclas, bermudas y camiseta de tirantes. Todos parecían alumnos de alguna, y poco distinguida, universidad de verano. Tanto veraneante de ciudad me estaba produciendo cierto agobio. Preferí más soledad, por eso mis pasos fueron acercándome más a la cercanía del agua donde lo único que llegaba eran las voces lejanas. Voces que parecían acunar mis pensamientos hasta convertirlos en razonamientos serenos.
¿Por qué me encontraba tan insatisfecho? ¿Por qué mi vida había transcurrido de aquella manera? ¿Qué pecado había cometido para tener tanto castigo? ¿Qué estaba limitando mi vida? Me creía inteligente y conocía a muchos tontos que tenían una vida mucho más completa que la mía. ¿Por qué me sentía tan vacío?
El reflejo de la luna en el agua acompañaba mi caminar. Ensimismado en esos pensamientos parecía perdido en mi propia soledad. El aturdimiento, provocado por el alcohol, había disminuido. El auto aislamiento que había elegido me había sentado bien. Había sido un paseo reflexivo con mi mirada fijada sobre mis propios pies. No podía calcular cuánto había andado pero al levantar la cabeza me di cuenta que faltaban apenas unos metros para llegar al embarcadero.
Paré en seco y me puse en estado de alerta al descubrir una silueta humana sentada en una de las barcas. La noche estaba clara y la luz de la luna me permitió observar que era una silueta de mujer. La distancia todavía no me permitía advertir muchos más detalles pero sí, el saber que era mujer, sirvió para que la alerta inicial disminuyese. Su figura en las sombras resultaba agradable y se podía adivinar un cuerpo bien formado en ella. En otras circunstancias mi condición de hombre hubiera prevalecido pensando en el morbo de una nocturna y rápida aventura. El lugar también predisponía a ello. Me recordé que no quería ningún tipo de relación, por muy corta que fuera, con ninguna mujer. Me reprendí a mí mismo por el hecho de haberse pasado ese pensamiento por mi cabeza.
-          No se asuste señor Marqués. – Esas palabras con acento extranjero pero con tono suave y amable llegaban desde la posición de aquella  mujer. Y ahora había cambiado mi estado de alerta por el de sorpresa. Ni su voz ni su silueta las podía reconocer. ¿Cómo era posible que aquella desconocida pudiera conocer mi apodo?
De nuevo su voz rompió el silencio de la noche distrayéndome de mi pensamiento.
-          Acérquese sin miedo. No voy a morderle ni a hacerle ningún mal. –  Pude adivinar el blanco de sus dientes detrás de la sonrisa afable y afectuosa que me dirigió.
-          ¿Quién es usted? - Quise saber. Aunque su sonrisa me hizo más receptivo mi voz en ese momento no mostraba ningún signo de amabilidad.
-          No tengas miedo. – Volvió a repetir. Ahora se atrevía también a tutearme.
-          No me asusta. – Quise seguir guardando las distancias. No ababa de entender tanta cercanía por su parte.
No dijo nada. Únicamente extendió su brazo e hizo un gesto pidiéndome otra vez que me acercara. Me estaba pareciendo que esta mujer o era una atrevida o tenía mucho que aprender de los hombres solitarios.
-          Por favor. – Insistió, con ese tono de voz que seguía siendo cariñoso y con gesto en su rostro mezcla de dulzura y amabilidad.
 
Me quedó clara una cosa. Esta mujer tenía ya mucha experiencia como para que tuviera que aprender nada sobre los hombres, solitarios o no.
 

10 dic 2012

Aturdimiento


Me parecía que aquella tarde no llegaba el final de mi jornada. Todavía faltaba media hora y ya estaba haciendo el repaso, rápido esta vez, a las últimas faenas de la tarde para dejar a los caballos atendidos hasta el día siguiente. En otro tiempo lo habría hecho con todo tipo de detalles. Revisión del estado del caballo, pienso, heno, agua. Esta vez únicamente lo esencial. Me duché para ponerme después los vaqueros desgastados, la camiseta blanca y la cazadora, ya raída por el tiempo, de cuero negro. Salí de la hípica sin  mirar nada más.

Todo ese rencor por todo lo que había sido mi vida, por mi propia necedad, hacía que sintiese mucho dolor y que no me importase nada más. Seguramente ya hacía mucho tiempo que todo lo demás había dejado de importarme. Ya sentía que todo había acabado. Lo que antes había sido esfuerzo y ponerme en el lugar de todos, incluso de los caballos, se había vuelto apatía y dejadez. Sólo quería olvidar  mi dolor. Me estaría volviendo egoísta.

Elegí un bar que recordaba era tranquilo. Estaba situado a orillas del lago. Cuando me senté en aquel taburete lo único que quería era que me dejasen a solas con  mi abatimiento. Quería olvidarme de todo rastro del dolor que sentía. Esas copas me llevarían a ese estado de aturdimiento y adormecimiento que me haría lograr ese olvido.

No había comido, salvo las tres cucharadas de la horrible carne con patatas de la cantina, y el primer bourbon con cola me fue directamente a la cabeza. En cada trago iba imaginando como ese alcohol iba ahogando cada uno de las sensaciones nerviosas que me creaban ese dolor. Dolor que no se acababa de ir por muy rápido que los tragos se sucedían. No había terminado todavía con la primera copa y ya me era necesario pedir una segunda.

¿Cómo podía haberme pasado todo eso con María? La había querido con toda mi alma y con todo lo demás. ¿Por qué se había largado dando más importancia a su idea del no compromiso?  y sobre todo ¿Por qué ahora quería hacerme sentir a mí el culpable? Estaba convencido que su marido no la podía querer más de lo que yo la había podido querer. ¿Por qué las mujeres acaban siendo tan superficiales? María no había sido la única. Antes hubo otras, pocas, tan hipócritas y egoístas como ella.

El camarero puso la segunda copa con un gesto, parecía estar leyendo todos mis pensamientos, de comprensión. Debía notarse que me hacía falta. Allí estaba yo con todos mis años, atrapado en una vida que ya no me importaba nada. Ni me sentía con fuerzas para cambiar. Cambio que exigía mucho esfuerzo para una persona tan hastiada y abatida como lo estaba yo. Me sentía como ese caballo viejo o enfermo que cuando ya no sirve se deshacen de él. Así me sentía yo, abandonado y dispuesto para el matadero.

Las copas ya estaban logrando algo del efecto que quería conseguir. Mi atención estaba dejando a un lado ese dolor. Ello me sirvió para echar un vistazo a través del espejo que había frente a mí. Todos en el local estaban emparejados, salvo alguien al fondo del local. Yo quería estar solo. Sabía que eso era malo, hasta los caballos siempre buscan compañía. Si la soledad es mala para los caballos lo tenía que ser también para mí. Pero no me importaba. Yo ya no merecía la pena para nadie.

Bebí otro trago pensando que era una persona gorda, confundida y terriblemente solitaria.

En ese momento tuve la sensación, no sé si el efecto del alcohol estaba yendo demasiado lejos, que alguien me observaba. Miré de nuevo al espejo y vi como la persona del fondo del local parecía estar dirigiendo su atención hacía mí. Ahora me fijé un poco más y vi que era una mujer, aparentemente, algo más joven que yo. De pronto se levantó y pareció dirigirse hacía mí. Resultaba agradable a la vista. Pasó por mi lado sin detenerse pero haciendo una leve pausa para dirigirme una mirada, lo sentí así, con cierto tono de complicidad. No entendía muy bien pero yo estaba allí para olvidar. No pensé mucho en eso y tomé mi vaso para con un trago largo terminar mi copa.
Pensé por un momento en pedir una tercera copa. Deseché la idea pues a la mañana siguiente había que madrugar. Pagué, me levanté.

Para sentirme un poco contento pensé que acababa de prevenir otro fracaso sentimental.



7 dic 2012

Resentimientos


No me había encontrado antes con ella porque esa misma mañana había regresado de sus vacaciones. Aunque yo hubiera preferido que ese encuentro tardase más tiempo en suceder, algo ilógico trabajando los dos en un sitio tan pequeño, pues aún no tenía confeccionado el discurso que tenía que decirle para hacerla saber sin lugar a ningún equivoco que había sido ella la mujer que más daño me había hecho y tras ella había tenido que hibernar mi corazón. Desde media hora después de irse ese discurso lo había ensayado muchas veces a lo largo de todos los años y pese a ello siempre me quedaba algo por decir.

Salió a galope dejándome solo y tuve que morder la acción del estribo para no salir tras ella y rogar para que volviese.

- María – Sonreí, levantándome de la silla y apartando la silla contigua como todo un perfecto caballero invitándola a sentarse. - siéntate, por favor .-Quería dar la impresión de ser alguien que ya había superado todo rastro de dolor.

Llevaba puesta una bata blanca y debajo unos pantalones ajustados y sus botas de montar. Se marcaba una bonita figura. Me hubiera gustado que aquellas líneas que rodeaban sus ojos fueran señal de algún malestar, pero su ánimo parecía estar tan alto como cuando la conocí.

-  Te veo fenomenal, Marqués.

Siempre me llamó así, y fue ella la que generalizo ese apodo por toda la hípica, decía que por el porte elegante y atractivo que lucía en cualquier oportunidad. Ahora mentía. Yo tenía demasiados kilos de más. El tiempo que había pasado no me había tratado muy bien. Las canas de mi pelo y las de mi descuidada barba me habían avejentado.

-  Tú si que estás bien, - Yo no mentía, aunque me hubiera gustado verla peor, ella estaba como más radiante, más estilizada, más asentada. La veía mejor que nunca. Tampoco quería que todo eso me impidiera ponerla en su lugar tras su estampida del pasado.

Yo no escuchaba ninguno de los comentarios que me quería contar de lo que había sido la hípica en aquellos años sin mí. Mi mente se había ido a los tiempos en los que María me había querido. Ella llegó a la hípica después de terminar su carrera de veterinaria, como ayudante en prácticas del veterinario titular, persona que paraba poco en la hípica. Cuando llegó se mostró de lo más humilde, con ganas de aprender de todo lo que la enseñábamos y muy agradecida. Pasábamos mucho tiempo juntos, pues al no estar en la hípica el veterinario casi siempre me tocaba a mí solucionar los problemas que surgían con los caballos. Era inteligente y aprendía deprisa. No fue extraño que entre nosotros surgiese aquella chispa que nos acercó de aquella manera. La unión entre María y yo era cada vez más intensa y nos lo fuimos confirmando en cada uno de los momentos que pasamos juntos durante aquellos meses que estuvimos trabajando cerca.
 
 

Nos enamoramos en la paridera. Aquella yegua necesitaba atención urgente. Ella fue hábil metiendo y manejando sus manos para solucionar la descolocación de aquel potrillo que no había encontrado el sitio por el que salir. Trabajamos duro durante aquellos momentos que parecieron eternos pero tuvimos la recompensa de la vida. Sentados en el suelo sudorosos y rendidos apoyados en la pared llegó el primero de nuestros besos, al que siguieron algunos más. A la admiración siguió el amor y después el deseo. Fue el principio de una relación muy bonita que duró siete meses, hasta que aquella tarde de paseo a caballo salió el tema del matrimonio. Ella tenía muchas cualidades pero no la del compromiso. Era una charla más, allí parados, debajo de aquel árbol, ella salió huyendo a galope tendido y no la volví a ver. Su gesto me turbó en exceso. Al día siguiente decidí aceptar la oferta de preparador de caballos del circo Continental. Viajes y paradas cortas aquí y allá. Lo ideal para no pensar.

Empecé a oír de nuevo su voz cuando miré sus ojos castaños que siempre me cautivaron. Se apartó el pelo que le caía sobre sus ojos y fue en ese momento cuando vi el anillo de su mano izquierda. Quise disimular, pero no lo aguanté.

-  ¿Ese anillo es un adorno o algo más? – Interrogué como si fuera el fiscal.

- Marqués, me casé hace tres años ya.

- ¿Quieres decirme que era conmigo con quién no te querías comprometer? Dijiste que el matrimonio te asustaba y saliste pitando!!

-  Contente Marqués.- dijo a la defensiva y tratando de tranquilizarme al mismo tiempo.

- Me das ganas de vomitar.- en ese momento estallé en la ira acumulada durante tantos años.

-  Mira Marqués. – dijo en un tono suave y tranquilo que jamás había visto en ella.- ahora soy feliz ¿No te alegras por mí?

- ¡No, María, no puedo!

-  Sigues tan tozudo como siempre fuiste. Marqués, fuiste tú quien me hizo cambiar de opinión. Dices que fui yo quien escapó pero no fui yo quien desapareció durante trece años. Las cosas, incluido el amor, se acaban cuando hay ausencia.

Tomó impulso y se levantó girando sobre sí, dejándome allí plantado con los ojos perdidos en mi propia imbecilidad. Permanecí allí sentado durante un rato, ahogándome en mi propia necedad. De repente me invadió la rabia. Odiaba mi nefasta vida.
La carne con patatas estaba fría y no la necesitaba ya. Me quedaban unas horas de trabajo esa tarde pero en ese momento lo que necesitaba con urgencia eran unas copas.

6 dic 2012

Rencuentro

Dentro de mis pautas de comportamiento está el obligarme, al empezar un nuevo trabajo, a no ser abandonado en las comidas. Comer sanamente y no embucharla de forma apresurada. También dentro de esas pautas está que esa costumbre no dure más de tres ó cuatro semanas. En el inicio siempre están las buenas intenciones. Era la segunda semana de trabajo y tenía la voluntad de aprovechar en serio la hora que tenía para comer. Me dirigí a la cantina del centro. Allí había una especie de comedor, cuatro mesas con sus respectivas sillas, tratando de darle al centro un aire elegante y cumplir al tiempo algún trámite administrativo de los que siempre tienen alguna tonta norma de obligado cumplimiento. La cantina no había cambiado mucho en todos estos años, sólo un letrero nuevo y la nueva cubertería, que ya iban teniendo también sus años de uso. El menú, igual que el mobiliario, era el mismo. Recordé el sabor de aquella carne con patatas cuando la cocinera dejó caer en el plato el primero de los dos cazos que me echó. Pagué y me senté en la mesa más alejada. No quería tener que mostrarme atento ni educado delante de nadie. No estaba de humor.
Los sucios cristales de la ventana todavía me permitían observar como un par de pajarillos buscaban su comida entre los granos que se habían caído de los sacos de pienso que se acababan de descargar. Digo que observaba pero sólo era mirar pues mis pensamientos volaban por su cuenta, tanto que no sabría decir si podía haber sufrido una ausencia mental de tipo epiléptico o una pequeña apnea somnolienta por el sueño acumulado. Me devolvió a la vida el sentir como una mano se apoyaba en mi hombro sin pedir permiso y el sonido de aquella voz que, pese a los años transcurridos, me resultó tan familiar.

- Marqués. – dijo con aquel tono suave que siempre tuvo su voz

María Martín. No me olvidaría nunca de su voz. Voz con la que me había cantado canciones de amor, voz con la que me había susurrado sentimientos traspasando el decoro de mis oídos, voz que había destrozado mi corazón al decirme adiós.

Recuerdos

Casi era estimulante volver a pisar los conocidos suelos de las cuadras del Centro Hípico. En contra de las negativas críticas de los amigos de la costa advirtiéndome de todo lo que me costaría conseguir un puesto como preparador de caballos conseguí fácil un empleo gracias, aunque cueste creerlo, a la reducción de plantilla llevada a cabo en la hípica. Les era necesaria una persona multifuncional y yo les parecía serlo. Estaba obligado a aceptar condiciones, aunque pudieran ser abusivas, si quería trabajar. Ahora imperaba el regreso. Volvían a contratarme para mi antiguo puesto aunque con una jornada más intensa. No le tenía miedo a mi desgaste profesional y suponía que lo podía suplir con el dominio que tenía de mis quehaceres. Era un poco como la vida misma que nos hace estar hastiados de la lucha y que, sin explicación, nos encontramos arrastrados diariamente a la batalla.
Durante mis trece años de vida laboral he buscado un puesto que no disipara mis sentimientos. No logré encontrarlo nunca, paradoja de mi vida, volvía a encontrarme en el inicio. Me consolaba pensar que éste no era mi final, que únicamente volvía a ser el principio. Ese consuelo no bastaba para dejar de ser consciente que estaba de nuevo donde todo había empezado y en la memoria cantidad de recuerdos, casi todos de mal sabor, se adueñaban de mi mente como ocupas demoledores.
Aquellas cuadras mustias y aquellos pajares eran los mismos que había recorrido años atrás. En sus paredes me había apoyado con los huesos doloridos y los pies hinchados por falta de descanso.
No todo fue malo. También hubo un par de veces en las que cupido me alcanzó con sus flechas. Besos furtivos tras sacos de pienso. Arrebatos de pasión sobre paquetes de paja. Ojos que miraban de soslayo bajo las alas de los sombreros para decir las cosas que con los labios no se podían decir. Amor, entre animales y sudor, que nacía de las fuentes del trabajo bien hecho, como fibras de hierbas nacientes deseosas de vida. Yo era joven y romántico en aquel entonces. En mi cabeza rondaban sueños de amor eterno. Sueños que murieron de forma dolorosa y muy lenta. Demasiado lenta quizá.
Yo, otra vez de vuelta para otro abordaje, sin saber si estaba preparado para ello. Consolado, al menos, al pensarme con más años y, esperaba, más experiencia. No quería que me aplastaran de nuevo el corazón, al igual que lo hizo María tiempo atrás. Años ya con el corazón quieto y congelados los sentimientos que nacían de él. No quería más valentías para mi ajado corazón. Al menos ahora ya no dolía. Hibernación cardiaca lo llamaba yo.